El verdadero Che Guevara, Madrid
by CARLOS ALBERTO MONTANER
A los treinta a�os de su muerte hay
cierta curiosa urgencia por saber qui�n fue realmente el Che Gevara, qu�
ideas se alojaban bajo su emblem�tica boina, o c�mo era su peculiar�sima
visi�n del mundo. De ah� el aluvi�n de art�culos que inunda la prensa y la
media docena de biograf�as oportunamente puestas a la venta en todas las
librer�as del planeta. Es algo as� como la exhumaci�n del cad�ver para
practicar la autopsia definitiva. ``Cheman�a'', le ha llamado a este
fen�meno un periodista cubano. �Contribuye esta Cheman�a a la mayor gloria
del m�dico/guerrillero cubano-argentino? No lo creo. Al Che le iba mejor en
los carteles que en los papeles que van apareciendo. Por un parad�jico
mecanismo de iconofagia, probablemente sin pretenderlo, el Che se apropi� de
la m�s reconocible imaginer�a cristiana y la puso al servicio de su cruzada
revolucionaria. Ese es el secreto de la famosa foto de Korda, en la que
aparece un Che vivo y conspirando, con aquella mirada desafiante de Cristo
col�rico despu�s de arrojar a los mercaderes del templo, a la que luego se
suma, su imagen final, ya muerto, con el torso desnudo, flaco, acostado en
una mesa, con una expresi�n extra�amente pl�cida, como si acabaran de
bajarlo de la cruz para descansar eternamente a la diestra de dios Lenin.
Por eso los humilde campesinos bolivianos de la remota zona en la que lo
ajusticiaron se apresuraron a rezarle y a ponerle flores a la fotograf�a.
Ninguno lo ayud� en la aventura guerrillera, ninguno se le sum�, cien lo
delataron, nadie entend�a aquella rar�sima jerigonza marxista-leninista,
pero cuando una y otra vez aparecieron las im�genes en la prensa,
funcionaron los viejos mecanismos reflejo de la idolatr�a. Dios te salve,
Che Guevara. A los pocos meses de su muerte comenzaron a ponerle velas y a
pedirle que le aliviara el dolor de vientre a la abuela postrada en una
cama. Y para mayor inri, hasta desapareci� el cad�ver. El juicio hist�rico
ha sido equivocadamente generoso con Guevara. La `Cheman�a' ignora la
crueldad, el dogmatismo, los fracasos del guerrillero. Con la prosa el
asunto se ve desde otra perspectiva. El periodista Jon Lee Anderson, por
ejemplo, acaba de publicar un magn�fico tomazo de ochocientas p�ginas --Che:
a revolutionary life-- absolutamente objetivo, en el que los abrumadores
datos que revela y los testimonios que aporta, incluidos los de los
familiares y amigos del Che, inevitablemente conducen a formular en
cualquier lector imparcial una opini�n muy negativa del aventurero
argentino. �C�mo era la personalidad del Che? Fue, en esencia, una persona
inteligente y amante de la lectura, a caballo entre el intelectual y el
hombre de acci�n, pero --al mismo tiempo-- inflexible, r�gida, petulante,
dogm�tica, incapaz de admitir puntos de vista diferentes, siempre dispuesta
a despreciar al adversario. De origen familiar absolutamente burgu�s, sin
embargo le regocijaba escandalizar a su entorno social. Por su estudiado
desali�o --se cambiaba de camisa una vez a la semana--, de joven mereci� el
calificativo de ``El Cerdo''. Odiaba tanto los convencionalismos, las
jerarqu�as, la estratificaci�n y las normas habituales de comportamiento
que, sin advertirlo, acab� odiando los fundamentos mismos de la sociedad de
su tiempo y se propuso participar activamente en su demolici�n. �Por qu� era
tan injusto y pernicioso el mundo en el que le hab�a tocado vivir? �Por qu�
hab�a tantos pobres y desheredados de la fortuna? La respuesta la encontr�
el Che Guevara en el catecismo de los revolucionarios latinoamericanos de su
tiempo: la culpa la ten�an los norteamericanos, el odiado imperialismo, y
sus lacayos y aliados de la burgues�a local. Y, naturalmente, cuando tales
creencias encajaron en su peculiar sicolog�a, se mezclaron con algunos
simplistas papeles extra�dos de la vulgata marxista, y fueron rematados con
la certeza de que el planeta se mov�a hacia un radiante destino comunista,
la consecuencia result� inevitable: el Che devino un convencido estalinista
de los pies a la cabeza. Tanto, que en algunas de sus cartas �ntimas no
vacila en firmar ``Stalin II''. Es cierto que a mediados de los 60, tras sus
incursiones guerrilleras en Africa, el Che termin� por chocar p�blicamente
con la Uni�n Sovi�tica, pero --como se desprende del libro-- ese
encontronazo fue por las malas razones, no por las buenas. Lo que el Che
censuraba de Mosc� no era la falta de libertad, ni los gulags, ni la
minuciosa irracionalidad econ�mica del sistema comunista, sino la falta de
apoyo decidido a los movimientos revolucionarios armados. El Che jam�s dijo
o escribi� una palabra de condena al totalitarismo, y mucho menos cuestion�
las supuestas bondades del marxismo. Sus conflictos con la URSS --o los que
tuvo con Castro-- siempre fueron de orden estrat�gico, nunca �ticos,
pol�tico-doctrinales. Era, y fue hasta su muerte, m�s estalinista que el
propio Stalin. La observaci�n es importante, porque la percepci�n general de
la figura del Che ha sido mucho m�s ben�vola que la que, en verdad, merec�a.
�Por qu� ese juicio extremadamente generoso? Tambi�n por las malas razones.
Porque fue un hombre valiente dispuesto a morir en defensa de sus creencias,
algo que --por ejemplo-- tambi�n pod�a decirse de Hitler o de Mussolini. O
porque fue un hombre honrado que no acept� privilegios y siempre estuvo
dispuesto al sacrificio, pero esa coherencia, que siempre es apreciable,
s�lo puede juzgarse en relaci�n con los objetivos que se obtienen y con los
medios que se utilizan. La reciente guerra civil en lo que fuera Yugoslavia
est� llena de ejemplos de abnegados patriotas serbios que lo sacrificaron
todo, incluida la vida, con el objeto de aniquilar con la mayor sa�a posible
a sus enemigos bosnios. El ``caso'' del Che debe servir, precisamente, para
aprender la m�s importante lecci�n moral que jam�s deben olvidar los
adultos: los juicios �ticos sobre la actuaci�n de las figuras p�blicas nunca
deben formularse sobre las intenciones que abrigaron, sino sobre los medios
empleados y sobre los fines obtenidos. Lograr un mundo m�s justo --como el
que presumiblemente quer�a el Che-- pod�a ser una aspiraci�n leg�tima, pero
si fundament� su esfuerzo en el error intelectual --el marxismo--, si
recurri� a la violencia y al crimen para conseguirlo, y si en el camino
contribuy� al establecimiento de una atroz y empobrecedora dictadura,
ninguna persona honesta puede exonerarlo de sus grav�simas
responsabilidades. No fue, simplemente, un profeta fracasado. Fue un hombre
profundamente equivocado que hizo much�simo da�o por defender sus ideas
atrabiliarias. Eso lo prueba este libro fr�amente demoledor. � Firmas Press
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