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Carta del Director de Bohemia

Miami, Florida 12 de Agosto de 1969

Sr. Ernesto Montaner.

Querido Ernesto:

Cuando recibas esta carta, ya te habr�s enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habr� suicidado -!al fin!- sin que nadie pudiera imped�rmelo, como me lo impidieron t� y Agust�n Alles el 21 de enero de 1965. �Te acuerdas? Ese d�a entraste en mi despacho a entregarme un art�culo tuyo. Conversamos un rato. Pero notaste que yo estaba ausente del di�logo.

Me vistes preocupado, triste, muy triste y profundamente abrumado. Y me lo dijiste. Pens� en mi hermana Rosita, a quien adoro y se me llenaron de l�grimas los ojos [..] Te confes� que en el momento que llegaste a mi despacho, estaba pensando darme un tiro en la cabeza. Y hasta te dije que mi �nica preocupaci�n era Rosita, que me viera tirado en el suelo sobre un charco de sangre. No quer�a dejarle esa �ltima imagen, habiendo decidido - y tambi�n te lo confes� suicidarme acostado en el sof� para que, al verme, tuviese la impresi�n que dorm�a.

Recuerdo la expresi�n de pena y asombro que hab�a en tu cara. Te levantaste. Fuiste a mi escritorio y le quitaste las balas al rev�lver. Y all�, sentado en la silla del escritorio me dijiste: "Est�s loco, Miguel, est�s loco" . Me hablaste de Dios. De la perdici�n eterna de mi esp�ritu. De la brevedad de la vida. De la falta que yo le har�a a Rosita, dej�ndola sola en el mundo. Me hablaste de veinte cosas. Y viendo que me resbalaban, me amenazaste con llamar a Rosita y a todos los empleados de Bohemia para enterarlos. Te supliqu� que no lo hicieras. Comprend� la responsabilidad que mi confesi�n te habr�a echado encima. Y te jur� por la vida de Rosita que no lo har�a.

Convencido que me hab�as desviado del prop�sito - al menos por el momento -, saliste de mi despacho. Te encontraste a la salida con Agust�n Alles y se lo contaste. Y t� y Agust�n se fueron a ver al doctor Esteban Vald�s Castillo. Me llamaron de la casa de Vald�s Castillo y me pusieron al habla con �l. Un gran m�dico de excepcional talento. Quiso verme con urgencia, pero no nos vimos. Lo que hicimos fue hablar mucho por tel�fono. Cuando no me llamaba �l a mi, lo llamaba yo a �l. Pero habl�bamos todos los d�as. Con quien jam�s volv� a hablar jam�s fue contigo. Perd�name, pero pens� que hab�as hecho mal al divulgar algo que yo te hab�a dicho a ti amistosamente, en un momento de flaquezas. Y no volvimos a tener comunicaci�n hasta hoy, en que ni t�, ni Agust�n Alles, ni Vald�s Castillo, ni nadie me hubiera impedido llevar a v�as de hecho mi determinaci�n. Est�s, pues leyendo, la carta de un viejo amigo, muerto. Vald�s Castillo ten�a raz�n cuando afirmaba que la idea del suicidio pasaba por la mente del paciente en forma de c�rculos, que cada vez se iba reduciendo hasta convertirse en un punto. Mi punto lleg�.

S� que despu�s de muerto lloveran sobre mi tumba monta�as de inculpaciones. Que querr�n presentarme como "el �nico culpable" de la desgracia en Cuba. Yo no niego mis errores ni mi culpabilidad, lo que si niego es que fuera "el �nico culpable". Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.

Culpables fuimos todos. Los periodistas, que llenaban mi mesa de art�culos demoledores contra todos los gobernantes, buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobaci�n de la plebe, vest�an el odioso uniforme de los "oposicionistas sistem�ticos". Uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviera realizando a favor de Cuba. Hab�a que atacarlos, y hab�a que destruirlos. El mismo pueblo que los eleg�a, ped�a a gritos sus cabezas en la plaza p�blica. El pueblo tambi�n fue culpable. El pueblo que quer�a a Guiteras. El pueblo que quer�a a Chib�s. El pueblo que aplaud�a a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompa�� a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.

Fidel no es m�s que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por est�pidos, o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas conocieron la hoja penal de Fidel, su participaci�n en el Bogotazo comunista, el asesinato de Manolo Castro, y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, ped�amos una amnist�a para �l y sus c�mplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisi�n.

Fue culpable el Congreso que aprob� le Ley de Amnist�a. Y los comentaristas de radio y de televisi�n que lo colmaron de elogios. La chusma que le aplaudi� deliradamente en las galer�as del Congreso de la Rep�blica. Bohemia no era m�s que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudi� "los veinte mil muertos". Invenci�n diab�lica del diplom�no Enriquito de la Osa, que sab�a que Bohemia era un eco de la calle, pero tambi�n la calle se hac�a eco de lo que publicaba Bohemia.

Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al r�gimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon m�s del contrabando y del robo que de las acciones militares en la Sierra M�estra.

Fueron culpables los curas de sotana roja que mandaban a los j�venes para la Sierra Maestra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respalda a la revoluci�n comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.

Fue culpable Estados Unidos de Am�rica, que se incaut� de las armas destinadas a las Fuerzas Armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros. Y fue culpable el State Department, que apoy� la conjura internacional dirigida por los comunistas para adue�arse de Cuba.

Fueron culpables Gobierno y la Oposici�n, cuando el Di�logo C�vico, por no ceder a llegar a un acuerdo, decoroso, pac�fico y patri�tico. Y los infiltrados por Fidel Castro en aquella gesti�n, para sabotearla y hacerla fracasar, como lo hicieron.

Fueron culpables los pol�ticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los peri�dicos que, como Bohemia, le hicieron el fuego a los abstencionistas, neg�ndose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.

Todos fuimos culpables. Todos. Por acci�n u omisi�n.

Viejos y j�venes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro que nos faltaba la lecci�n incre�ble y amarga: que los m�s "virtuosos" y los m�s "honrados", eran los pobres.

Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brind� generosamente mi apoyo moral y econ�mico en d�a muy dificiles. Como R�tulo Betancur, Figueres, Mu�oz Mar�n. Los titanes de esa "Izquierda Democr�tica" que tan poco tiene de "democr�tica" y si de "izquierda". Todos, deshumanizados y fr�os, me abandonaron en la celda. Cuando se convencieron que yo era anticomunista, me demostraron que eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del tercer mundo. El mundo de Mao Tse Tung.

Ojal� mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditaci�n. Para que los que pueden, aprendan la lecci�n. Y los peri�dicos y los periodistas, no vuelvan a decir jam�s lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea m�s un eco de la calle, sino un faro de orientaci�n para esa propia calle. Para los millonarios no den m�s sus dineros a quienes despu�s les despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poder�o con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradas de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad f�sica y moral de una naci�n, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie a esos voceros del odio, cuyas frutas hemos visto que no pod�an ser m�s amargas.

Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos �ramos v�ctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron m�s que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Nu�ez de Arce, cuando dijo: "Cuando un pueblo olvida sus virtudes, Ileva en sus propios vicios su t�rano"

Adi�s. Este es mi �ltimo adi�s. Y le dije a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que yo he hecho.

Miguel Angel Quevedo

Received From: [email protected]
PEDRO PAN
July 28, 2005
Lo siguiente me lo mand� el padre de un buen amigo tambi�n Pedro Pan. Se las brindo como una ventana a lo sucedido en Cuba en los a�os 50. Esta es la famosa carta que escribi�, antes de suicidarse, el director de Bohemia. Creo que todos los cubanos deben leerla.
OBP

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